Lo canta Calamaro y lo dice Cristina en "Vicky Cristina Barcelona". Me lo canto y me lo digo mucho últimamente

30 de Septiembre 2008

Dormí fatal; di vueltas durante horas, sufriendo un calor extrañísimo y notando cómo mi estómago hacía exactamente lo mismo que yo sobre el colchón (pequeñísimo, por cierto, ya que a mi cuerpo diminuto casi le cuelgan los pies). Me puse en pie a las 9 y lloré al hablarle a mi madre de la tristeza repentina que sentí anoche. La desespero; siempre que hay un cambio en mi vida la saco de sus casillas. Es parte de este egoísmo infantil que mi hermano siempre me echa en cara. Debo de recordarlo antes de empezar a hablar.
Después de tratar de recuperar las energías perdidas por la falta de sueño y la única comida de ayer con un poquito de chocolate, cogí el coche para acercarme hasta la universidad. Creo que he tardado media hora por culpa de los semáforos y de no acertar con el sitio a la primera, pero solamente hay 6 km y seguramente cuando conozca el sitio, tarde unos 10 min en llegar. Comprobé que las vueltas sin sentido de ayer me sirvieron hoy para ganar algo de tiempo. Y... al descubrir esto, ha vuelto a cambiar mi estado de ánimo.
Así soy yo. Un vaivén de sentimientos sin control. Un pequeño tropezón me derrumba y un empujoncito ínfimo me da aliento para querer levantarme y seguir. Un caramelo me hace la persona más feliz del mundo, pero la pérdida de un pendiente me amarga el día entero. Creo que es parte de mi inmadurez. Debo tomar nota también de esto.

La locura también es él y su habitación. Paredes tapadas por estantes, copados de papeles viejos, nuevos, de libros, de trastos traidos seguramente de todos o ninguno de sus viajes, de regalos inservibles hechos por familiares, por amigos... quién sabe. Periódicos de hace años que piensa leer algún día. Botes de colonia que seguramente nunca use. Botellas de yogur, de vino, de agua vacías. Un armario donde no entra ya ni una sola prenda de ropa. Y, en el medio de todo el caos, una única fotografía: un primer plano suyo en blanco y negro, disfrazado, forzando una sonrisa de payaso... Frente a su imagen, una única mujer. Ni siquiera real, una mujer de cómic. Una prostituta atractiva, de larga melena negra, que mira divertida mientras acaba de desnudarse. Lo quiere todo, lo ordena todo a su manera porque es SU espacio y él controla el lugar exacto de cada cosa. Pero no renuncia a nada para tener más libertad de movimientos. Lo cual creo que hasta me sorprende, porque cabría pensar que una persona como él no se aferra jamás a nada. No, es sólo que quiere tenerlo todo, para usarlo a su antajo.
Contrasta bastante con mi habitación, donde lo primero que he colocado ha sido una fotografía antigua de mi abuela y un calendario (también de fotografías antiguas), donde voy tachando los días según pasan (queriendo creer que así pasarán más deprisa estos nueve meses o alcanzaré antes fechas deseadas). Lo cierto es que yo también tiendo a acumular libros, reportajes y millones de hojas escritas y que mi habitación termina alcanzando un grado de locura tal que me desespera. Pero hace tiempo que aprendí a cerrar los ojos y tirar con todo aquello que no tenga un valor sentimental muy alto. Quizás yo sí sé renunciar a ciertas cosas. Pero me aferro demasiado a otras.

Estoy en esos 5 días que no paro de sangrar su ausencia, que le doy 2 millones de vueltas a todas las conversaciones que hemos mantenido y trato de sacar conclusiones. De esta vez me he quedado con los reproches; con el daño que, como niña inmadura que soy, quise provocarle con mis palabras y con mis actos. Del daño y de las infinitas dudas que me provocaron sus palabras y también sus actos. Quizá debería quedarme también con la impresión de una mayor complicidad entre las sábanas, del miedo que he perdido a desnudarme ante él. Sonia dice que hemos entrado en la fase de exigir nuestros derechos. Porque un acto repetido con frecuencia debe llevar a cada miembro a tener unos derechos; sobre el cuerpo del otro, sobre su vida. La siguiente y última fase, dice, es la del hastío.