Ahora recuerdo con humor la llegada a Barcelona, el Agosto del año pasado, cuando esa emoción me hizo llorar durante los 3 primeros meses, me hizo estar al borde de la vuelta a casa; de la rendición.
Me siento bien. Quizá no vaya a ser un acierto empezar una licenciatura con 25 años, pero sé que tampoco será un error. Barcelona me ha enseñado a controlar ciertas emociones, a creerme que puedo ser querida, que puedo ser la más bella, que existen los amigos de verdad que me quieren a pesar de conocerme... que existen las amigas de toda la vida a las que no conocías y tampoco te conocían a ti. Que puedo con la vida de adulto. Así que puedo decir que Valladolid me traerá otros tantos descubrimientos sobre mí misma que me gustarán. Empiezo a construir otras tantas historias que me llevaré en la mochila.
Las historias no son historias si no existe conflicto, por lo que yo los voy persiguiendo. Me he levantado a las 8 de la mañana después de un fin de semana en Madrid (de coche, de no dormir, de alcohol y de locura) para que mi compañero me acercara en coche hasta la universidad. Como he salido con prisa, he olvidado la cartera en el piso. Y eso implicaba no poder coger el bus, por lo que pensé en venir andando. Hay por lo menos una hora hasta aquí a pie y mi única ayuda era un mapa de autobuses en el que no figuraban todas las calles. Después de 3 horas dando vueltas casi sin sentido, tratando de realizar el recorrido del bus a pie, decidí tirar la toalla y pedirle a un taxista que me esperara bajo mi casa, mientras recogía la cartera para poder pagarle. Y creo que lo pagué bien pagado. Y creo también que ésta es la historia de mi vida. Espero aprender a centrarme y que periodismo no se convierta en un millón de vueltas sin sentido. Que si la mejor solución es la rendición, no lo sea por un cúmulo de cosas mal hechas.
Ayer aprendí a decir “te quiero”. Creo. Aún estoy decidiendo si lo he hecho para remoderle la conciencia o porque me ha obligado esta sensación (inevitable) de desamparo. De todos modos, fue un “te quiero” cobarde (un poco menos, sólo, que los que le “vomito” cuando hay whisky de por medio); escrito en un mensajito de texto, a modo de despedida hasta la semana que viene, cuando regrese de Galicia a Madrid y entonces se acuerde de mí. Me hubiera gustado ver su expresión porque él sabe que es la primera vez que lo digo sin estar bajo los efectos de nada. Me imagino que el primer gesto habrá sido borrar el mensaje. Creo, sí, que soy tan mala que lo he hecho para tratar de remorder su conciencia. Para regodearme imaginando que le duele un poquito acostarse con su novia cuando sabe que ha vuelto a enamorar a la que se ha estado follando todo el fin de semana en su casa de Madrid. Las historias no son historias si no existe conflicto. Por eso los busco.